Rafael Nadal, la mayor ovación en la pista central de Roland Garros
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Nadal salió triunfante de otra cita con la gloria en la pista Philippe Chatrier, donde defendió su corona lograda en 2017 (frente al suizo Stan Wawrinka por 6-2, 6-3 y 6-1) y además consiguió el 17º grande de su palmarés, tras doblegar a un Thiem novato en estas lides pero con suficientes mimbres para levantar algún día la Copa de los Mosqueteros.
Nadal prosiguió de tal manera como indiscutible rey de la tierra batida, habiendo amasado ya un balance de 86 victorias y apenas 2 derrotas en su historial de Roland Garros. Tan solo el sueco Robin Soderling, en los octavos de final de 2009, y el serbio Novak Djokovic, en los cuartos de 2015, fueron capaces de hacer hincar la rodilla a Nadal.
Para obtener su undécimo trofeo de campeón en París, Nadal empezó con mucha sobriedad. Se adjudicó en blanco el juego inaugural con su saque, y luego rompió el primer turno de servicio rival en la primera bola de break (2-0). Pero Thiem no quería ser comparsa y de inmediato devolvió la rotura (2-1); aunque siguió sufriendo al saque, pues más adelante tuvo que salvar tres pelotas de quiebre para aguantar el ritmo de un oponente que no cedía ni medio palmo (parciales de 3-2, 4-3, 5-4).
Nadal solventaba sus tandas de saque sin break points y aceleró en el décimo juego, al resto, para apuntarse en blanco el triunfo del primer set (6-4) frente a un Thiem irregular con sus golpes de revés paralelo y fallón en la iniciativa de los peloteos. El centroeuropeo firmó un discreto 45 % de acierto con sus primeros servicio y otro pobre 43 % de puntos ganados con segundo servicio.
A Thiem además le costaba mucho controlar el bote sobre la arcilla a cada lanzamiento de Nadal, cuya agresividad fue in crescendo al principio de la segunda manga. Ahí, Nadal buscó la red una y otra vez para desbordar a su contrincante en la estrategia. Y eso surtió efecto, junto a la variación de alturas en sus raquetazos, ya que el siguiente set arrancó de forma similar.
Tras ganar Nadal al saque en el primer juego, quebró el servicio del austriaco a la quinta oportunidad de break. Ambos batallaron durante más de ocho minutos, para un 2-0 en el marcador que menguó las aspiraciones de Thiem. Otra vez se veía abajo, en intercambio de golpes y en el marcador de la Philippe Chatrier, delante de un rival imperturbable en su ruta hacia el undécima título de campeón parisino.
Nadal supo administrar esa ventaja con sencillez, afrontando y salvando un único punto de break en contra durante el séptimo juego (5-2). Poco después se anotó la segunda manga por 6-3 y encarriló con ello el éxito, ante un oponente al que solo un milagro podría servirle. Remontar dos mangas a Nadal, en un partido al mejor de cinco sets y sobre la tierra batida de Roland Garros; ése era el particular Everest que Thiem debería encarar en su sueño de ganar el campeonato.
Tal hazaña no se vio bajo el seminublado cielo de París, pese al susto que el número 1 del mundo dio en plena tercera manga, cuando sufrió un calambre en la mano izquierda y pidió la asistencia del fisioterapeuta; Nadal tenía el dedo corazón rígido e interrumpió el cuarto juego, pidiendo disculpas al árbitro por ese parón. Antes, ya había roto el servicio del centroeuropeo (3-1) y había cogido carrerilla hacia la victoria definitiva.
Finalmente, ese contratiempo físico no pasó a mayores y en el séptimo juego quebró de nuevo el saque de Thiem (5-2), para a continuación abrochar la conquista del título parisino en el quinto match point. El extenista australiano Ken Rosewall, toda una leyenda en el mundo del tenis, entregó a Nadal su undécima Copa de los Mosqueteros.
La organización del torneo había apostado por Rosewall debido a que se cumplen 50 años de su segunda victoria en Roland Garros, donde derrotó en la finalísima a su compatriota y amigo Rod Laver (6-3, 6-1, 2-6 y 6-2). Medio siglo después, el nombre que retumba en el palmarés de Roland Garros, por undécima vez, es el del español Rafael Nadal Parera.
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